Aunque prometí que escribiría el siguiente post sobre comidas raras, y ayer decidí que escribiría sobre el conciertazo de ayer, la actualidad manda.
Dicen que cuando estás a punto de morir toda tu vida pasa por delante de tus ojos. Es una leyenda urbana tan falsa como otra cualquiera.
He estado a punto de morirme muchas veces, pero de todos es sabido (al menos la gente más próxima a mí) que mi ángel de la guarda trabaja mejor que nadie y me ha librado de toda clase de accidentes.
En todas esas veces que he estado a punto de morir (o de sufrir un accidente importante) nunca, y digo nunca, se me ha pasado nada revelador por delante.
Recuerdo una vez, en mi antigua casa, que di un pequeño resbalón en la bañera estando arrodillada. Sólo quedó en un susto y conseguí mantenerme sobre las rodillas; por curiosidad, calculé mi trayectoria, y mi sien derecha hubiera ido a parar directamente sobre el grifo.
En aquella ocasión no vi nada.El verano pasado, cuando trabajaba en la radio, tuve un accidente bastante estúpido y muy peligroso, pero lo único que se pasaba por mi cabeza era mala leche porque nadie se daba cuenta de que me estaba muriendo.
Hace unos 10 minutos, iba yo andando tranquilamente por la calle y el peligro ha vuelto a acecharme. Venía de casa de mi abuela con una caja de galletas bajo el brazo. En el camino hacia aquí hay un cruce pequeño, de un carril, con dos pasos de peatones sin semáforo. La visibilidad era perfecta: no había coches mal aparcados, las farolas no estaban fundidas... Un tío con un coche negro venía a toda velocidad por mi derecha. Aunque tenía yo la prioridad, acostumbro a no fiarme de los coches, así que me he parado unas décimas de segundo. Él ha hecho amago de frenar ante el cruce, he dado por hecho que me había visto y que pararía, pero el tío ha mirado a su derecha y ha pegado un acelerón.
El aire que arrastraba su coche me ha movido la falda, lo he sentido en la pierna, frío, anticipando un gran dolor. No había entrañables imágenes de la infancia, frases lapidarias ni nada por el estilo. Sólo se me ha pasado por la cabeza que el muy cabrón me iba a atropellar.
Desgraciadamente, hay veces que mi mente y mi boca van por caminos distintos, y sólo he podido gritar un absurdo "¡oiga!".El muy cabrón ha parado a escasos centímetros de mi pierna, mientras la gente se llevaba las manos a la boca; ha hecho una horrible mueca parecida a una sonrisa y me ha dicho con gestos que estaba mirando a su derecha.
Entonces, si me atropella, me parte la pierna y me arrastra varios metros, ¿tengo que disculparle porque el pobrecillo ha acelerado y se le ha olvidado mirar hacia delante?
Os dejo un cutre-croquis de mi atropello.