jueves, julio 30, 2009

Compartiendo acera con un señor que no conozco, ante la verja de una biblioteca cerrada porque por lo visto hoy es fiesta

La Torre, 29 de julio de 2009
Jelouuuuuu a todo el mundo:
Escribo ahora porque no sé si esta tarde voy a encontrar wifi o si voy a poder entrar desde la biblio. Es más, ni siquiera sé si podré ir a la biblio.
Falta menos de una semana para que me vaya a Inglaterra y todavía me queda un millón de cosas por hacer. Y dudas. Muchas dudas:
¿Entenderán mi inglés? ¿Me pisará un coche por ir por el lado equivocado de la carretera? ¿Podré usar mi móvil? ¿Le caeré bien a mi nueva familia? ¿Llevaré la ropa adecuada? ¿Me podré llevar el portátil?
Un montón de dudas que, al fin y al cabo, tampoco son tan importantes. Como le decía el otro día a mi padre, no me preocupa nada; para bien o para mal, llevo a una socióloga en potencia dentro y estoy deseando enfrentarme a esa comida que tienen allí y que dicen que es asquerosa. Estoy deseando aprender a cocinar con mantequilla churretosa, a comer ese horrible pastel de riñones, beber cerveza caliente y tomar el té a todas horas con el dedo meñique estirado.
Al fin y al cabo, llevo toda la vida preparándome para esto. He leído a Shakespeare, Dickens, Rudyard Kipling (que nació en la India, creo, pero era colonia inglesa), Jane Austen, Daphne du Maurier, Agatha Christie y J.K. Rowling, he visto el Orgullo y Prejuicio de la BBC, y una de mis películas favoritas es Love Actually, así que creo que no me costará trabajo.
Yo creo que lo más difícil será el horario, porque últimamente, entre pitos y flautas, rara vez me duermo antes de las dos y pico, y allí se acuestan bastante antes. El otro día convencí a mi padre para ir a cenar fish and chips a The Anchor, que es un bareto inglés que hay en El Pilar. Pues bien, llegamos a las 9 menos cinco… y llevaba cerrado casi una hora!!!! Pero bueno, creo que hasta eso lo superaré.
Lo peor es la cuestión del ordenador. Necesito mi ordenador para seguir con la tesina, no me puedo permitir el lujo de estar tres semanas a la bartola (bueno, una bartola relativa, puesto que tendré clases en la Universidad Metropolitana de Manchester todos los días)… ¿o sí? Si fuera una persona más responsable me lo dejaría sin pestañear. Pero cuando vuelva, quedará una semana de agosto en la que está el cumple de mi prima y el santo de mi primo y mi tío. Y justo después, empieza la feria de septiembre… Y a finales de septiembre entro en una vorágine de fiestas, cumples y chuches que se prolonga hasta Navidad… ¡¡y tengo que entregar la tesina a mitad de octubre!! Tengo que llevármelo.
Lo que pasa es que el condenado pesa como unos mil kilos, y me han dicho que a la vuelta me lo tienen que repasar en la aduana. ¿Qué van a hacer, copiarse mis archivos o qué?
En fin, nenes, hasta más ver.
María.

jueves, julio 16, 2009

Hasta pronto

Queridos queridos:
Como cada año me retiro unos días a la playa porque aquí ya no se puede estar. Eso significa que, en lugar de mi cama, donde con el ordenador hace un calor que te mueres, trabajaré en mi tesina hasta las 2 de la madrugada en el porche de mi casa, ¡eso sí que es vida!


Además tengo una buena noticia: en menos de tres semanas abandonaré el país por una temporada. Pero como diría Ende, eso es otra historia que será contada en su momento.


Me pasaré a saludar siempre que el wifi de la biblioteca me lo permita.

¡Feliz verano!

jueves, julio 09, 2009

Pongamos que hablo de Madrid IV (ya es el final, lo prometo)


El chisme llegó y nos dejó tiradas en el monte. Según la de las entradas, teníamos la parada de Lago a 20 minutos. ¿20 minutos en qué dirección, cacho perra? Después de llorar para mis adentros durante un rato, tiré para abajo en dirección al parque de atracciones, porque sé que desde el metro se ve la entrada. Pero eso estaba muy lejos. Por suerte, en Madrid son muy quejicas con eso del calor y lo de las altas temperaturas que daban por la tele era una exageración, así que al menos no morimos asfixiadas. Anduvimos durante mucho rato, horas, semanas, años, dos vidas, y llegamos a la verja del parque, que estaba entreabierta y nos colamos. Mi prima tenía miedo por si nos pillaban y yo rezaba para que lo hicieran… y nos pillaron. El hombre nos dijo que si seguíamos bordeando el parque llegaríamos a Batán, que está a tomar por saco de la parada que buscábamos. Seguimos las instrucciones, y tres años después encontramos las vías del metro, que por esa zona va al aire libre. Por desgracia hay una valla muy alta, así que no me pude tirar, que a esas alturas de la vida era lo que yo quería. Un rato después, llegamos al metro. En total, tres cuartos de hora interminables triscando por la Casa de Campo. Por supuesto, no llegamos a comer con Ludovica.


El plan de la tarde, una vez descartada cualquier cosa que yo quisiera hacer, era bien sencillo: unas compras muy muy puntuales en la Gran Vía (un libro que llevaba años esperando a que saliera en español y que por fin había visto esa mañana, y una botella de agua pija para mi hermana), Reina Sofía, Tyssen y Prado, y cena en la Plaza Mayor.


Por la Gran Vía vimos a uno de Aquí no hay quien viva, y en el Vips mi prima reconoció a un actor de Yo soy Bea, que le gusta un montón. A pesar de que llevaba todo el viaje diciéndole “aprovecha y haz lo que quieras, que lo que pasa en Madrid se queda en Madrid” no se atrevía a acercarse a pedirle un autógrafo ni foto ni nada, así que tuve que ir yo, que ni me iba ni me venía y decirle: “disculpe, ¿le importaría hacerse una foto con mi prima, que tiene una vergüenza que se muere?”. Les hice una foto con mi móvil nuevo y le solté: “infinitas gracias”.


Cuando llegamos a la puerta del Tyssen, mi prima se paró y estuvo como 10 minutos decidiendo a cuál quería ir primero. Por mi parte, pasaba totalmente del Reina Sofía, tenía bastante interés por el Tyssen y veía obligatorio ir al menos a lo de Sorolla del Prado porque el resto lo he visto ya dos veces. Al final, decidió que sólo íbamos al Prado. Llegamos, hacemos cola, le doy mi tarjeta del paro a la de las entradas y, por suerte, quedaban 6 para ver a Sorolla. Empieza a gestionar la entrada de mi prima, nos cuenta nosequé y, entre pitos y flautas que me importaban un bledo, se terminan las entradas y me quedo sin ver a Sorolla. Y va y me dice: “Anda, qué fallo, pensaba que al habértela marcado no la podían coger. ¿Te importa venir otro día?”. “Pues hombre, me pilla un poco lejos”, le digo. Y no sigo con la conversación porque de recordarlo todavía me cabreo más.


Al entrar le expliqué a mi prima que había muchísimos cuadros, que quedaba una hora para cerrar y que había que elegir salas porque no daba tiempo a todo. No sé por qué, la tía no me hace puñetero caso y no se cree lo que le digo, así que entramos… y media hora más tarde habíamos terminado de ver la primera sala. “Carmen, te lo digo enserio, vamos a ver a Goya y Velázquez, que nos echan sin que los hayas visto”. Y nada, ella empeñada en leer cada nota de cada cuadro. Pues eso, nos echaron. Por más que corrimos delante del segurata, al final nos quedó bastante por ver. ¡Pues todavía va y se enfada porque no nos había dado tiempo!
Nos sentamos en el césped a tomar el fresco, como toda la gente que había salido con nosotras, a decidir lo que íbamos a hacer para la cena:
-¿Vamos a tal sitio a cenar nosequé?
-No, si no tengo hambre.
-Ya, pero para cuando lleguemos sí tendrás. ¿Vamos?
-Lo que tú quieras.
-¿O este otro?
-Lo que tú quieras.
-¿Vamos a la Plaza Mayor y nos tomamos un bocata de calamares?
-Yo no, pero si tú quieres…
-¿Vamos y tú te pides otra cosa?
-Vale.
Esa era la conversación textual. Una hora después, fui capaz de traducirla:
-¿Vamos a tal sitio a cenar nosequé?
-No.
-Ya, pero para cuando lleguemos sí tendrás. ¿Vamos?
-No.
-¿O este otro?
-No.
-¿Vamos a la Plaza Mayor y nos tomamos un bocata de calamares?
-No.
-¿Vamos y tú te pides otra cosa?
-Atrévete, que verás.

Como en ese momento todavía no sabía lo de la traducción, allá que fui, súper contenta con la idea de que por fin nos fueran a dar más de las 10 en la calle. Así que: caminata, metro, paseo, y llegamos a la Plaza Mayor. Atención ahora, porque es cuando se nos cruzaron los cables a las dos:
-¡Anda! Una feria africana, ¡vamos a verla!
-No, hay mucha gente y me agobio.
-Bueno, pues vamos a elegir un sitio para cenar.
-¡¿Qué?! ¿Qué no sabes dónde vamos a cenar?
-Vamos a elegir; los bares están por todos los bordes de la plaza.
-Cuando has dicho de venir creía que sabías el sitio exacto.
-Su hubiera sabido el sitio exacto te habría dicho: “vamos a casa Fulanita”, pero te he dicho “vamos a la Plaza Mayor”, ¿verdad?
-Pues no voy a dar un paso más.
-¿Que qué?
-Que no voy a ningún lado, estoy cansada.
-Carmen, hemos llegado hasta aquí, y aunque nos fuéramos ya, tenemos que volver a andar hasta el metro, y aun así tendremos que cenar algo!!!!! Vamos a sentarnos, y en una hora nos vamos.
-Como sigas así te digo que me lleves a la estación y me voy.
-Como sigas así te dejo en el hostal y me voy por ahí sin ti. Además, que te has creído que voy a coger ahora dos metros para llevarte a ti a la estación.
Seguimos así un rato, hasta que le dije que a partir de ahí mandaba única y exclusivamente ella, que me dijera exactamente lo que teníamos que hacer, que yo no tenía ganas de discutir y fastidiar todo el viaje al final.

Llegamos a nuestro sitio, cené el nosequé de nosedonde que había propuesto al principio, y vi la tele hasta tarde. Seguimos lanzándonos puícas toda la noche y a la mañana siguiente nos vinimos. Ya en el tren, como tengo la feísima costumbre de leer periódicos que tiene otra gente, me enteré de que se había muerto Michael Jackson. Por supuesto, no se lo creyó, y tuve que ponerle la radio del móvil para que lo escuchara ella misma.


Y ya está. Me ha llevado bastante rato y voy a necesitar varios posts para que no os aburráis, pero por fin he conseguido contar entero uno de mis viajes a Madrid. En contra de lo que pueda parecer, mi prima y yo nos llevamos estupendamente y nos lo pasamos bien. Me habría gustado hacer otras cosas, pero… es lo que tiene viajar acompañada, que hay que mirar por dos y dar el brazo a torcer muchas veces. Supongo que podré escaparme un par de días en septiembre antes de que quiten la exposición; la tienda, si merece la pena, seguirá ahí; habrá más musicales para ver…
Próxima parada: ¿? Otro día.

miércoles, julio 08, 2009

Pongamos que hablo de Madrid Cap.III

El día siguiente fue increíblemente largo y surrealista. Fuimos a desayunar a La Mallorquina, y salimos hacia el Retiro por Alcalá. Al ver el estanque, mi prima propuso que alquiláramos una barca pero hay veces en las que hasta yo tengo que pararme a pensar: yo, que soy una persona torpe +ella, que también tiene sus ratos torpes + una barca + en un estanque enorme + remos + 20 kilos de diferencia entre una y otra (muy poca estabilidad entre proa y popa) + mucha gente mirando. No sé a vosotros, pero por más que lo sumo siempre me da un capuzón en agua verde. Así que nos subimos en un barco solar… que iba a -10 km/h. Sí sí, a -10. Parecía imposible que nada en toda la Tierra pudiera ir más despacio. Estos madrileños… con eso de que no tienen playa se lo tragan todo. Pero bueno, se estaba bien.

Seguimos nuestra excursión hasta eso que llaman La casita del pescador y que me parece el rincón más adorable de todo Madrid. En el Palacio de Cristal, justo enfrente, había una exposición. Atención: ¿Son humanos los animales? Cosas expuestas: una rata gigante y un oso panda de peluche colgados del techo, y un par de altavoces de los que de vez en cuando salía algún tipo de ruido. Demasiado posmoderno para mi gusto.
La siguiente parada era el teleférico. Yo tenía las mismas ganas de comerme una mano que de ir allí pero: “Pobretica, vamos a hacer lo que dice, que está muy ilusionada”. Caminata, metro, caminata, y fuimos. Faltaba menos de un cuarto de hora para cerrar, así que teníamos que hacer el viaje de ida y esperar hasta las tres para volver. “Carmen, mira que esto te deja tirá en medio de la Casa de Campo; que nos van a quitar hasta los planos; para qué quieres subirte si no vamos a ir al parque de atracciones; que no nos va a dar tiempo de comer con Débora; que no me apetece…” Aun así, y a pesar de que creo que hasta hice pucheros, mi prima insistió (¡y en la feria ni siquiera se monta en la noria!) y nos embarcamos en una cabina a 45 metros sobre el Manzanares. Tengo que admitir que la vista es chula pero puedo prometer y prometo que pasará mucho, muchísimo tiempo, antes de que me monte otra vez. Y no fue por la altura, sino por lo que vino después.

martes, julio 07, 2009

Pongamos que hablo de Madrid cap.III

Seguimos nuestro camino hasta el tiovivo de la calle Serrano pero, como no podía ser de otra manera, lo estaban cerrando justo cuando llegamos a él. Antes de llegar, nos cruzamos con Ana Torroja, que venía de comprar en el Corte. No nos paramos a hacerle una foto ni nada porque, personalmente, Ana Torroja me da un poco de miedo.

Cogimos un metro hasta la Plaza de Castilla para ver las Torres Kío, y fue donde empecé a mirar un poco mal a mi prima. La cosa era más o menos así: metro hasta las torres y andar hasta el Bernabeu (¿para qué querrá nadie ver el Bernabeu?), o metro hasta el Bernabeu y andar hasta las torres. Yo, ilusa de mí, pensaba que era mejor ir a las torres cuanto antes, que sería lo que más ilusión le iba a hacer. Las vimos, anduvimos un buen rato hacia el sur, y decidí que íbamos a coger un autobús y a ver el estadio desde el bus, porque total, para lo que había que ver… Además, ya eran más de las 9 y media y todavía había que pensar algo para la cena. ¡¡ERROR!! Mi prima quería ver el estadio y las torres se la traían floja. Pero claro, eso no te lo dice en el momento, no; se espera y luego te lo echa en cara.

En el plan que había trazado días antes, una parte de ese día o esa tarde teníamos que dedicarlo al barrio de La Latina e ir a una serie de tiendas que había encontrado en una guía. Además, también teníamos que haber ido al teatro a comprar entradas para esa noche para La importancia de llamarse Ernesto, como alternativa a un musical, que a ella le parecían demasiado caros. Pero me quedé con las ganas. Fuimos al hostal, vimos la tele y dormimos.

viernes, julio 03, 2009

Pongamos que hablo de Madrid cap. II

Después de comer, cometimos el primero de los grandes errores del viaje: seguir el plano para ver el templo de Debod. Eso es algo que nos hubiera llevado 15 o 20 minutos desde donde estábamos pero, como ya he dicho, yo seguía el plano. Últimamente he mejorado bastante mi orientación porque he descubierto el truco: soy muy buena “encontrando” lugares, siguiendo direcciones y memorizando cosas que hay que ver por el camino, pero soy pésima si pretendo ir calle por calle exactamente como marca el plano. Así que dimos todos los rodeos posibles y, después de casi una hora, llegamos al Maldito Templo (como será conocido ya para siempre). Cuando ya estábamos llegando, casi me parto una pierna con un pilón, pero no lloré, y seguí adelante (o arriba porque, encima, el Maldito Templo está en alto!!). Muy chulo. Pero para cuando llegamos, ya habían cerrado y no abrían hasta una hora y pico después así que… para abajo.

Tiramos hacia el hostal, discutí con mi prima porque quería ir en metro y yo le decía que teníamos que andar más bajo tierra que por la calle… y gané. Descansamos un rato y salimos otra vez a la calle.

Se empeñó en que la llevara a Tiffany’s. Seguramente lo hizo por agradarme, pero lo cierto es que ¿para qué iba a volver a Tiffany’s? Además, en diciembre no entré porque iba calada hasta los huesos y en sitios así no dejan entrar a gente que no es capaz de coger un paraguas un día que amanece completamente nublado y a sus dos compinches (Ludovica y Ginés), igual de mojados. Y ahora, francamente, una falda-pantalón tampoco me parecía lo mejor para llegar allí y decirle al que le hubiera tocado a suertes atenderme: “Deme lo más barato que tenga siempre que no pase de 60€”. Pero fuimos, seguimos las indicaciones de gente muy amable (en contra de la opinión de Ludovica acerca de los habitantes del barrio de Salamanca, que casi le sacan los dos ojos cuando fuimos en diciembre), y llegamos al escaparate.

jueves, julio 02, 2009

Pongamos que hablo de Madrid cap.I

Aprovecho que tengo un rato “libre” para contar el viaje, porque siempre digo que lo voy a hacer y al final nunca cuento nada, como en los programas de la tele.

Este viaje tenía cuatro objetivos muy sencillos: asistir a un espectáculo musical/teatro o incluso cine, ver la exposición de Sorolla en el Prado (el viaje empezó a tomar forma cuando la vi en las noticias), ir a una tienda de objetos de rodajes que hay en La Latina, y visitar a Débora. De los cuatro, adelanto desde ya que sólo conseguí una hora con Débora.

Llegamos a Madrid a las 10 de la mañana, tomamos el primer metro y llegamos al hostal, el mismo donde estuve en diciembre el último día que estuve allí con mi primo. Está realmente bien situado, justo enfrente del Caballero de Gracia, es decir, prácticamente enfrente del edificio de Telefónica. Cuando fui con mi primo el sitio me pareció estupendo pero ahora, con más perspectiva, tengo que decir que no sé si es el mejor al que podríamos ir, ya que hace esquina con la calle Montera, así que nuestras vecinas (muy simpáticas) se pasaban el día entero en la calle, no sé si me explico.

Total, que dejamos todo y nos fuimos a recorrer mundo. La primera parada, lógicamente, fue la Puerta del Sol. Una gran desilusión, por cierto, porque si ya de por sí sólo he conocido Madrid en obras, ahora con lo de la E está peor que nunca. Pero al menos entré por fin al edificio, para ver una exposición de fotos.

Seguimos por Arenal, y llegamos al Palacio de Oriente. Le dije a mi prima que quería entrar a ver una exposición (y el palacio, porque no he podido entrar ninguna vez), pero no le apetecía hacer cola, así que nos bajamos a los Jardines de Sabatini, donde disfrutó como una enana, porque le encantan los jardines y las fuentes.

Como la pobre Ludovica está trabajando al final de la Gran Vía, casi en la Plaza de España, y no se pudo venir de excursión, quedamos para comer con ella. Como se enfada mucho si llegas tarde, fuimos a asegurarnos de saber llegar al sitio donde habíamos quedado, y aprovechamos para ver a Don Quijote y Sancho Panza, que tampoco los había visto nunca. Encontramos el sitio y, como quedaban mil horas para comer, nos fuimos por la Gran Vía.