miércoles, marzo 10, 2010

Castellón

Tranquilidad, gente, que ya estoy de vuelta.
El misterioso viaje (si no escribo las cosas misteriosamente carecen de todo interés) era a Castellón, a visitar a mi tía Carmen y su gente, que viven allí. Como ven, el viaje no tiene ningún misterio.
Era un viaje que llevaba un par de meses queriendo hacer, y que empecé la semana pasada tratando de huir. ¿De qué? De todo. Pensaba pasarme allí una temporada, tal vez un par de semanas, para meditar, pasear sin rumbo, perderme en calles desconocidas y quién sabe qué más. Pero, como dicen en Nada, una novela que me ha acompañado (¡literalmente!) durante el viaje, "de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad". Y esta frase acudía una y otra vez a mi mente, tras cada plan frustrado. Así que, cuando había hecho mi visita y tras admitir que no iba a llevarme NADA de allí, me vine.
Llegué a Castellón el viernes, ya que las fiestas de la Magdalena empezaban el sábado. Desde que llegué, empecé a lamentar uno de los defectos de mi tía (que aunque la quiero un montón, los tiene), y es que tiene como mayor deseo en la vida que me eche novio. Lo que yo no sospechaba era que ella quería que fuese durante las fiestas. Así que desde que pisé la ciudad (o antes; yo diría que desde que subí al taxi), tuve la sensación permanente de que mi tía trataba de venderme a todos los hombres menores de 35 años que nos cruzábamos: el taxista, el de la farmacia y hasta un peluquero (que yo juraría que era, no gay, sino muy gay) tuvieron que escuchar que estaba soltera, en edad de merecer (como decimos por aquí), y que estaba disponible para ir a las fiestas, sobre todo las nocturnas.
Otro defecto es que habla. Habla muchísimo. Cuenta cosas de su infancia, de ayer, de mañana, del uno, del otro, de gente que conoces, de gente que no... con un ansia por contar todo exactamente que vuelve sobre sus palabras para corregirse... Cuando viene de visita está bien, pero cuando estás cuatro días sin poder hablar (porque te corta para seguir hablando), te abruma.
La primera noche no salí. Haberse levantado a las 5 es una excusa perfecta.
El siguiente día estuvo bastante bien porque mi prima, que es profesora en Cataluña, llegó el viernes noche. Fuimos a ver la mascletá desde una distancia poco prudente: una traca como las que hacen aquí cuando suben o bajan a la Virgen, con algo más de fuerza al final. Esto, por supuesto, no lo dije en voz alta (porque hubiera podido morir), y tuve que hacerme la sorprendida para integrarme en el grupo. Luego comí fuera con mi prima (mi tía se enfadó porque tardamos mucho). Después mi tía me obligó a dormir la siesta (para que pudiera salir más tiempo por la noche).
Por la tarde fuimos a la feria con el niño (en la casa había un niño), una amiga de mi prima y su hija, y otra amiga. Volvimos a por la cena (un bocadillo demasiado grande), fuimos a ver el castillo de fuegos artificiales, volvimos, y nos fuimos de fiesta a un par de collas.
Las collas son como las tascas, pero que sólo las abren en las fiestas. ¡Ah! y montadas y mantenidas por un grupo de amigos. Dejé a un lado mis prejuicios (por el tema de salidas de incendios, controles sanitarios y demás) y traté de pasarlo bien. Y así hasta las 6 y 20 de la mañana, cuando regresé a la habitación helada (porque en esa casa, aunque hiele, siempre hay ventanas abiertas). Diez minutos después empezaba la despertá de cohetes para ir a la romería.
Ese día era fiesta, y estaba casi todo cerrado, así que la salida fue por la tarde, cuando mi prima ya se había ido, y mientras llovía, a buscar una farmacia de guardia durante dos o tres mil horas. Ese medio día habíamos comido lomo braseado porque mi tía se empeñó en que cocinara yo. Yo avisé. Pero estaba bueno. Cuando mi madre llamó, inventé la conversación para que pareciera que me estaba mandando volver (por suerte, el martes era el cumpleaños de mi padre). Tenía que volver a Murcia costase lo que costase.
Cuando compré el billete me pareció genial tener sólo el de ida, pero tengo que admitir que es una vía de escape genial y segura, y no volveré a viajar sin él en muuuucho tiempo. La razón: mi tía se tomó como una ofensa personal que me marchara tan pronto, y trataba por todos los medios de que me quedara y/o me sintiera muy culpable.
El lunes fuimos, desafiando a la congelación, a ver el desfile infantil, que es como el Bando infantil, pero peor. Por suerte, en una hora nos fuimos y pude ver algo de la ciudad, aunque seguía estando todo cerrado. Por la tarde, el primo de mi madre, el padre del niño, nos llevó a Benicasim y pude ver el mar durante unos minutos. Luego fuimos a la estación y compré el billete.
Ayer, me pesa en el alma decirlo, ocurrió un milagro y el niño y yo pudimos salir solos a la calle. Compramos algunos regalos, correteamos por ahí, tomamos un aperitivo, y tomamos el sol, aprovechando los últimos minutos libres hasta la una, cuando comimos lo mismo de siempre y me vine.
En la estación, charlando con un señor de Cartagena, recuperé mi acento murciano; luego entré en calor y me volví a mi casa, al punto donde estaba cuando me marché. O casi.

1 comentario:

MeTis dijo...

haberte ido al camino santiago, te aseguro que es lo mejor para desconectar.

Nada, de Carmen Laforet?? a mi me encantó ese libro.

chica, yo no me quejaria de que me buscaran novio, con lo dificil que esta la cosa!!! jajaja hasta para eso hay crisis....

y no te quejes, al menos sales de casa, que es mas de lo que puedo hacer yo.

un abrazo.