Hay canciones que te acompañan en los momentos decisivos de tu vida. Hay canciones que te hacen sentir bien, que te animan, que te sirven de refugio, que te arropan y te alejan de todo lo demás.
Siempre he tenido determinadas canciones que me hacían sentir así, pero fue el viernes cuando realmente comprendí el enorme poder que puede tener una canción.
Esta semana ha sido una de las peores de mi vida, de verdad. Como ya venía mal del finde, el lunes hice lo que hago siempre que necesito un cambio urgente: cortarme el pelo. El martes no fue mal día, pero el miércoles empezaron a torcerse las cosas a lo bestia.
Para el que no lo sepa, la semana anterior habían sentenciado de muerte a mi programa, y nos habían puesto a preparar un programa del corazón. No me hacía mucha gracia, por no decir ninguna, pero siempre sería mejor que lo mío. En cualquier caso, representaba una oportunidad de cambio que necesitaba con urgencia, así que empezamos a ponerle mucha ilusión y empeño para aprender a montar vídeos y todo eso. Vamos, lo que viene a ser prepararse para un nuevo proyecto.
El jueves, de pronto, cuando ya creía el otro programa borrado para siempre de mi vida, van y nos dicen que tendríamos que preparar cinco refritos más (como los que habíamos hecho la semana anterior). Al rato nos vuelven a llamar a otra reunión y nos dicen que hay que hacerlos entre lunes y martes, no jueves y viernes, como pensábamos.
Empecé a sentirme realmente mal. No me apetecía hablar, ni moverme, ni nada de nada. Pero es que van y nos llaman otra vez, ahora para decirnos que el programa sigue hasta diciembre.
Pasé todo el día yendo cada dos por tres al único sitio donde podía estar sola, un aseo del piso de abajo, donde pasaba varios minutos llorando. Mis amigos estaban todo el tiempo intentando animarme, pero eso sólo hacía que me agobiara más. Incluso llegué a ir dos veces a RR.HH. para informarme de lo que tenía que hacer para dejar el trabajo cuanto antes, pero las dos veces el chico estaba ocupado. No sé qué hubiera pasado si llego a ir una tercera.
El viernes, me levanté tres horas antes para intentar ir de buen humor, porque me pongo bastante estúpida, y al final lo acabo pagando con la pobre Inma (pero es que se lo merece!!). Otra reunión. Esta vez nos dijeron que, además de los cinco refritos que había que preparar para grabar lunes y martes, había que grabar otros cuatro programas normales para jueves y viernes. Aquí es donde entra Downtown, de Petula Clark.
Esta canción la había escuchado antes, pero se me quedó en la cabeza a raíz de un par de episodios de Perdidos, donde la escucha un personaje llamado Juliet, que es mi favorito. El caso es que esa misma mañana me la había metido en el mp4, así que nada más salir de esa horrible reunión y de jurar y perjurar que no iba a entrar más veces en ese despacho fatídico tuve un ataque de risa histérica, y luego me puse a oír una y otra vez esta canción. Gloria hizo lo mismo, y así estuvimos las dos toooodo el día, escuchándola una y otra vez. Y otra y otra y otra... Y el caso es que después de escuchar una canción como 40 veces se le podría coger algo de manía, pero no. Esta canción era lo único que hacía que no nos fuéramos de allí corriendo hasta desaparecer de la vista de esa horrible gente.
Escuchadla si podéis.